lunes, 30 de marzo de 2015

Moral individual y social

Uno de los grandes interrogantes, respeto del comportamiento humano, radica en el conocimiento de los respectivos porcentajes de incidencia que tienen sobre cada individuo tanto la herencia genética como la influencia social recibida. Si actuáramos sólo por nuestra herencia genética, quedaría poco margen para una mejora mediante la educación, mientras que si actuáramos sólo por influencia social, se abriría la posibilidad de que algunos hombres trataran de rediseñar al ser humano según sus propios criterios personales. Tales extremos han sido puestos en práctica con las trágicas consecuencias conocidas, como ha sido el caso del nazismo, que suponía que la raza determina totalmente al individuo y que todo posible mejoramiento habría de obtenerse eliminando las razas “incorrectas”. Por otra parte, para el marxismo, la influencia social determina totalmente al individuo, de ahí la posibilidad de crear artificialmente al “hombre nuevo”, soviético o socialista, tratando de eliminar a la clase social “incorrecta”, como también a las ideas, costumbres, cultura y religión que la caracterizan.

La naturaleza humana se muestra como una mezcla equilibrada de herencia genética y de influencia social, lo que permite lograr mejoras individuales, y luego sociales, sin tener que eliminar las razas o las clases sociales “incorrectas”. Todo tipo de mejoramiento que dependa del hombre ha de ser parte del proceso de la evolución cultural de la humanidad, siendo la moral una resultante de tal proceso.

Si bien muchas veces se considera en forma indistinta a los términos moral y ética, en nuestro caso les daremos los siguientes significados: consideraremos como ética a las sugerencias o normas de conducta propuestas desde la religión, la filosofía o las ciencias sociales, mientras que moral será el grado de acatamiento que la sociedad otorga al planteamiento ético previamente aceptado.

Luego, como los planteamientos éticos se han de aproximar en mayor o menor medida a cierta ética natural implícita en nuestros propios atributos humanos, un alto grado de acatamiento puede no resultar adecuado para el hombre si la ética propuesta apenas contempla la naturaleza humana. De ahí que el resultado óptimo dependerá tanto de la elección de una ética adecuada como del correspondiente acatamiento a la misma.

Recordemos que nuestro cerebro se ha ido formando en el tiempo a través del lento proceso de la evolución biológica. Luego de la capa inferior (cerebro reptiliano) aparece el cerebro límbico, en donde encontramos el origen de nuestras emociones. De ahí que las componentes afectivas básicas de nuestra actitud característica surgirán desde ese nivel. Finalmente, aparece el neocórtex, al cual se asocia nuestra capacidad de razonamiento y del procesamiento de la información percibida por nuestros sentidos.

A partir de esta descripción básica de la naturaleza humana, podemos decir que nuestro comportamiento ético, es decir, nuestra moral, proviene de nuestra actitud afectiva predominante que surge desde el cerebro límbico. Sin embargo, tal actitud ha de ser modificada desde el neocórtex, que es por donde se introdujo la ética propuesta por algunos pensadores y que fue adoptada por la sociedad, o por cada individuo.

Como la actitud del amor existe en cada uno de nosotros desde nuestro nacimiento, como también el odio, el egoísmo y la negligencia, la propuesta ética más frecuente radica justamente en hacer que nuestro razonamiento trate de “convencer” a nuestro cerebro límbico, depósito de nuestros sentimientos, que el amor es la actitud que produce los mejores resultados. Jeremy Rifkin escribió: “La persona moral es serena, distante y desinteresada, y se guía por la obligación moral y la razón en lugar de guiarse por la emoción y la pasión” (De “La civilización empática”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2010).

Nuestra respuesta moral ha de ser susceptible de recibir premios y castigos. Si nuestro razonamiento sabe distinguir adecuadamente las causas de tales recompensas y penalidades, es posible que podamos crecer humanamente. Si, por el contrario, nuestro neocórtex no resulta tan eficaz en esa tarea, seguramente seguiremos recibiendo castigos en exceso y premios en forma muy limitada.

Así como el razonamiento nos permite ser conscientes de la realidad cotidiana en la cual estamos inmersos, disponemos de procesos cerebrales que nos permiten ser conscientes de los efectos que nuestras acciones producirán en los demás. Este es el fundamento de la conciencia moral que nos premia o nos castiga según resulten nuestras acciones.

Los límites que nos imponemos en nuestro desempeño social surgen principalmente de la conciencia moral, por la cual tenemos un conocimiento bastante preciso de los efectos que en los demás ocasionarán nuestras acciones. Aunque, muchas veces, aun sabiendo que los efectos de nuestras decisiones serán negativos para los demás, lo mismo serán adoptadas. En este caso podemos decir que, voluntariamente, se ha actuado de mala fe, o bien se ha actuado perjudicando a alguien motivado por cierta ventaja personal que puede lograrse.

La conciencia moral está muy ligada a la empatía, siendo la empatía el proceso por el cual nos ubicamos imaginariamente en el lugar de otra persona y así podemos vislumbrar lo que ha de sentir ante una acción de nuestra parte. Luego, la conciencia moral es el proceso mental cognitivo que se produce a partir de los sentimientos vislumbrados previamente. De ahí que existen personas, especialmente las que cometen delitos, que tienen muy poca empatía y de ahí que tampoco pueda en ellos desarrollarse la conciencia moral en la forma adecuada a una vida social normal. Règis Jolivet escribió:

“El hecho moral revela, si se lo analiza, todo un complejo conjunto de elementos racionales (juicios), afectivos (sentimiento) y activos (voluntad). Los juicios preceden y siguen al acto moral. Antes del acto, enuncian (en dependencia del juicio universal y evidente de que hay que hacer el bien y evitar el mal) que tal acto es bueno o malo, y debe o puede ser realizado o debe ser evitado. Después del acto, la conciencia aprueba o reprocha, según que el acto realizado sea considerado bueno o malo; ella evalúa en consecuencia el aumento o la disminución del valor moral del agente y la recompensa o el castigo merecidos por ese acto bueno o malo; y enuncia la obligación de reparar el perjuicio causado al prójimo, o el derecho de obtener para sí la satisfacción requerida por la justicia”.

“Lo que caracteriza la conciencia moral, y lo que la distingue absolutamente de la conciencia psicológica, que es pura y simple aprehensión de los hechos internos, es que esa conciencia se comporta como un legislador y un juez, y no como un simple testigo; que decide lo que se debe hacer en cada caso; y que a su vez está dominada por un ideal de moralidad, con relación al cual ella pronuncia la responsabilidad del sujeto moral”.

“El hecho moral es universal en la humanidad y caracteriza a la especie humana. Esto no significa evidentemente que la conducta humana esté siempre y necesariamente conforme con las leyes de la Moral, sino sólo que siempre y en todas partes, han admitido los hombres la existencia de valores morales, distintos de los valores materiales, y se han sentido sujetos a leyes morales, distintas de las leyes físicas y que enuncian un ideal de conducta. De modo que, renunciar a estas nociones equivaldría a renunciar a la humanidad y descender al nivel de los brutos carentes de razón” (De “Tratado de Filosofía Moral”-Ediciones Carlos Lohlè-Buenos Aires 1966).

Existen diferencias entre el comportamiento individual a nivel familiar y el del mismo individuo a nivel social. En el primer caso predomina la cercanía afectiva de las personas involucradas, por lo que poco les cuesta mostrar lo mejor de uno mismo, mientras que en el vínculo con personas lejanas al medio familiar generalmente predomina una escala de valores más distante.

Cuando Cristo propone el “amarás el prójimo como a ti mismo”, que podemos considerar como un “compartirás las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias”, trata de generalizar la actitud que brindamos a nuestros familiares hasta que involucre a todos los integrantes de la sociedad e incluso de la humanidad. En ello radica esencialmente la idea del Reino de Dios; la humanidad funcionando como una familia. Recordemos que ser cristiano, ante todo, significa parecerse a Cristo, o al menos, tratar de hacerlo. Jeremy Rifkin escribió: “En el caso de Jesús nos hallamos ante una persona que opta conscientemente por sentir empatía con sus semejantes, no sólo con sus parientes más próximos, sino con todos los seres humanos, incluso los más humildes. Más que cualquier otra, la historia de Jesús es una historia de igualdad emocional”.

Nótese que la ética cristiana borra las diferencias entre lo individual y lo social, por lo que no existe una ética individual distinta de una social, ya que toda sugerencia destinada a orientar nuestro comportamiento sólo tiene sentido cuando va dirigida a un individuo. Por el contrario, tiene sentido hablar de una moral individual y de una moral social por cuanto el grado de acatamiento de la sugerencia ética ha de ser distinto en los diversos individuos y en las distintas circunstancias.

Cuando existe poco convencimiento, respecto de la efectividad del cumplimiento de las normas sugeridas por cierta ética previamente adoptada, surge la hipocresía, actitud por la cual fingimos actuar en forma acorde a dicha ética. Si bien este comportamiento no es el más aconsejable, resta todavía aquel en el cual se desconoce la validez de toda ética propuesta por lo cual el individuo cae en la actitud cínica, reacción típica de quienes son partidarios del relativismo moral.

Entre las distintas posturas adoptadas respecto de la moralidad intrínseca de la naturaleza humana, encontramos las dos extremas que afirman que el ser humano es naturalmente bueno, por una parte, y naturalmente perverso, por otra parte. Considerando como los atributos básicos del hombre a las componentes afectivas de nuestra actitud característica, es decir, amor, odio, egoísmo, negligencia, podemos decir que, potencialmente, la naturaleza humana no es buena ni mala, pudiendo predominar las actitudes malas sobre la restante, o a la inversa. Sin embargo, como resulta posible considerar al sufrimiento humano como una medida de nuestra desadaptación al orden natural, podemos decir que dicho orden nos presiona, mediante ese sufrimiento, a lograr mayores niveles de adaptación. De ahí que en el futuro, cuando seamos plenamente conscientes de nuestra naturaleza humana, es posible que prevalezca el bien sobre el mal. El triunfo del bien sobre el mal no es sólo un deseo de los hombres, sino también una tendencia implícita en las leyes naturales que rigen nuestra conducta. De nosotros depende su efectiva realización.

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