jueves, 7 de febrero de 2019

Ética natural vs. Ética objetivista (Ayn Rand)

Toda propuesta ética debe considerar tanto el aspecto racional del hombre como el aspecto emocional. Ello se debe a que, mediante la razón, podemos orientar y controlar nuestras actitudes, limitando nuestros defectos y acentuando nuestras virtudes. Esta es la base de la introspección, que ha de ser un proceso consciente que cumple una función similar a la conciencia moral. Esta última "nos informa", desde el subconsciente, cuando hemos perjudicado a alguien, por lo que debemos corregir esa actitud.

Mientras que la ética natural contempla tanto el aspecto racional como el emocional, han surgido algunas éticas puramente racionales que relegan los aspectos emocionales a un lugar secundario. Sin embargo, desde la medicina se nos sugiere que "el hombre es un ser emocional que razona" (Daniel López Rosetti). También: "Antonio Damasio demuestra que la ausencia de emoción y sentimiento puede aniquilar la racionalidad" (De la presentación de "El error de Descartes" de Antonio Damasio-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1996).

La importancia de los afectos es tal, que su ausencia puede provocar muchos males, como es el caso de los niños pequeños que se los deja solos o que no se los acaricia suficientemente. Se supone, erróneamente, que un alejamiento afectivo los hará independientes y autónomos con mayor prontitud. Jeremy Rifkin escribió: "Aunque estaban atendidos, miles de ellos manifestaban una profunda languidez. Mostraban unos niveles elevados de depresión y las conductas estereotipadas típicas de un aislamiento interno. A pesar de disponer de comida en abudancia, de una atención médica adecuada y de un entorno razonablemente confortable, el índice de mortalidad de estos niños era muy superior al de los criados por sus padres biológicos, e incluso al de los criados con padres adoptivos o en familias de acogida".

"Los psicólogos no exigieron un cambio en los cuidados infantiles hasta la década de 1930. Empezaron a aconsejar a las enfermeras que tomaran a los niños en brazos para acunarlos, acariciarlos, consolarlos y darles una sensación de contacto íntimo. Los niños respondían de inmediato. Parecían revivir y se mostraban activos, cariñosos y llenos de vitalidad".

"Sin sentimientos ni emociones, la empatía deja de existir. Un mundo sin empatía es ajeno a la noción misma de lo que significa ser humano" (De "La civilización empática"-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2010).

En base a las actitudes y a los efectos que producen en uno y en los demás, puede decirse que el amor, que es consecuencia de la empatía, y por el cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias, es la base del bien moral. Por el contrario, el odio, o empatía negativa, por el cual la tristeza ajena produce alegría propia y la alegría ajena, tristeza propia, es la base del mal. También el egoísmo, que desconoce el proceso empático, tiende a producir efectos negativos. En el mejor de los casos, no produce el mal ni tampoco el bien (al menos desde el punto de vista afectivo). Finalmente, la negligencia, o indiferencia, también tiende a producir el mal, por lo que Wolfgang Goethe escribió: "La negligencia y la disidencia producen en el mundo más males que el odio y la maldad".

La ética natural se basa en las actitudes básicas del hombre (amor, odio, egoismo, indiferencia) de las cuales poseemos en distintas proporciones. Tales actitudes, junto al proceso empático, no son construcciones sociales o culturales, sino que son el producto de la evolución biológica. Luego, bajo el proceso de la evolución cultural, se sugiere al amor como base de la tendencia hacia la cooperación social, requisito imprescindible para la supervivencia de la humanidad.

Quienes desconocen estos procesos elementales, aducen que no existe el bien ni el mal, por cuanto desconocen tanto la ética natural como las actitudes básicas que la sustentan. Siendo la ética la ciencia social que describe el bien y el mal, para promover el primero y desalentar el segundo, resulta incoherente una postura "ética" que niegue la objetividad del bien y del mal, lo que hace suponer la validez del relativismo moral. Ayn Rand escribió: "El concepto de valor, de bien y mal, es una invención humana arbitraria, no relacionada, no originada y no sustentada por hecho alguno de la realidad..." (pág. 20)(De "La virtud del egoísmo"-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2007).

Mientras que, desde la ética natural, se consideran esenciales tanto el aspecto emocional como el racional, para la "ética objetivista" resulta prioritaria la racionalidad. Sin embargo, no debe olvidarse que los psicópatas se caracterizan por sus dotes racionales aceptables y por su carencia de empatía. La citada autora escribió (en boca de John Galt): "La felicidad es sólo posible para el hombre racional, el que no desea más que alcanzar objetivos racionales, que no busca más que valores racionales, y que no encuentra su alegría sino en acciones racionales" (pág. 42).

Resulta llamativo que la citada autora ignora totalmente la ética natural, principalmente en su versión cristiana. Como se sabe, el cristianismo propone el amor al prójimo, mientras que Ayn Rand le asocia injustificadamente el altruismo (perjudicarse uno mismo en beneficio de otro), escribiendo al respecto: "He presentado la esencia básica de mi sistema, pero es suficiente para indicar de qué manera la ética objetivista es la moralidad de la vida, en oposición a las tres principales escuelas de teoría ética: la mística, la social y la subjetiva, que han llevado al mundo a su estado actual y que representan la moralidad de la muerte".

"Estas tres escuelas difieren entre sí únicamente en la forma en que tratan el tema, pero no en su contenido, ya que son meras variantes del altruismo, la teoría ética que considera al hombre como un animal sacrificable, que sostiene que el hombre no tiene derecho de existir para sí mismo, que la única justificación de su existencia es servir a otros y que el autosacrificio constituye su mayor deber, su máxima virtud, su supremo valor moral" (Pág. 48-49)

En realidad, una madre que "sirve" a sus hijos no se "autosacrifica", sino que comparte la felicidad de ellos; a menos que adopte la "virtud del egoísmo" y destruya así el vínculo empático o afectivo. De la misma manera en que una persona es feliz compartiendo las penas y las alegrías de sus familiares, podrá hacerlo respecto de los demás integrantes del medio social, e incluso de la humanidad toda, tal la sugerencia cristiana del amor al "prójimo". Por el contrario, si nos atenemos a la propuesta ética de Ayn Rand, deberemos sólo establecer vínculos materiales a través del intercambio comercial. Al respecto escribió: "El principio de intercambio comercial es el único principio ético racional para todas las relaciones humanas, personales y sociales, privadas y públicas, espirituales y materiales. Es el principio de justicia" (pág. 45).

"La ética objetivista defiende y apoya orgullosamente el egoísmo racional, a saber: los valores requeridos para la supervivencia del hombre como hombre, o sea: los valores necesarios para la supervivencia humana, no aquellos originados sólo por los deseos, las emociones, las aspiraciones, los sentimientos, los caprichos o las necesidades de brutos irracionales que jamás lograron superar la práctica primitiva de los sacrificios humanos, que nunca descubrieron una sociedad industrial y que no conciben otro interés personal que el de arrebar el botín del momento" (Pág 44-45).

Y aquí se advierte la cercanía entre marxismo y randianismo, ya que, según el marxismo, el vínculo de unión entre los hombres han de ser los medios de producción, rachazando todo vínculo empático promovido por la burguesía y el cristianismo. Para Ayn Rand, que igualmente rechaza el vínculo empático, sugiere también un vínculo no afectivo, como es el intercambio comercial. En base a los vínculos propuestos por ambos sectores, puede decirse que proponen la existencia de sociedades de hormigas, o de abejas, pero no de sociedades humanas.

La ética natural se ha visto fortalecida por algunos hallazgos de la neurociencia, ya que las neuronas espejo resultan ser la base neurológica de la empatía, lo que corrobora la objetividad del fenómeno psicológico surgido como producto de la evolución biológica y no una creación de "brutos irracionales". Marco Iacoboni escribió: "Durante mucho tiempo la ciencia intentó sin éxito explicar la extraordinaria capacidad humana de comprender lo que los otros hacen y sienten, de entender las intenciones de los demás y reaccionar de manera adecuada a los actos ajenos".

"El descubrimiento de las neuronas espejo inició una revolución en nuestra comprensión del modo en que al interactuar con los demás usamos el cuerpo -los gestos, las expresiones, las posturas corporales- para comunicar nuestras intenciones y nuestros sentimientos. Es precisamente gracias a las neuronas espejo que se puede crear un puente entre uno y los otros y volver así posible el desarrollo de la cultura y de la sociedad: son ellas las que explican la imitación y la empatía. Del mismo modo, un déficit de neuronas espejo puede ser responsable de varios e importantes síntomas del autismo: los problemas sociales, motores y de lenguaje" (De "Las neuronas espejo"-Katz Editores-Buenos Aires 2010).

El futuro de la humanidad habrá de ser seguro y confortable siempre y cuando atendamos a lo que nos indican las leyes naturales que rigen la conducta del hombre. La "sabiduría" asociada a la evolución biológica debe contemplarse prioritariamente a las propuestas personas y subjetivas que desconocen completamente tales leyes. Jeremy Rifkin agrega: "Cuando hablamos de civilizar, queremos decir empatizar". "Sin empatía sería imposible imaginar la vida social y la organización de la sociedad, intentemos imaginar una sociedad de personas narcisistas, psicópatas o autistas. La sociedad exige ser social y ser social exige extensión empática".

jueves, 9 de abril de 2015

Balance entre deberes y derechos

La forma en que ha de establecerse una sociedad justa depende esencialmente del equilibrio entre deberes y derechos que ha de imperar en cada vínculo social. Para que surja en cada individuo el sentimiento de comunidad, debe predominar la actitud cooperativa sobre la competitiva. En ese caso, existirá una tendencia a establecerse el equilibrio mencionado que ha de surgir como una consecuencia necesaria y evidente. La sociedad injusta, por el contrario, se ha de caracterizar por un manifiesto desequilibrio entre la predisposición a cumplir con nuestros deberes y a exigir el respeto de nuestros derechos.

La interacción más simple es la que todo individuo establece con la sociedad pudiendo describirse a partir de la siguiente igualdad:

Deberes – Derechos = 0

Este ha de ser el caso ideal; el de la persona justa, que da a la sociedad lo mismo que de ella recibe, ya que los deberes implican dar algo de nosotros mientras que los derechos implican recibir algo de los demás. Quienes dan a la sociedad bastante más de lo que reciben, son los casos excepcionales que sirven para compensar parcialmente el desequilibrio casi siempre existente.

Como ejemplo podemos considerar nuestra obligación de mantener limpia la ciudad evitando arrojar papeles u objetos inutilizables en la vía pública. Incluso tenemos el deber de colocarlos en recipientes adecuados para esa finalidad. Esperamos también que los demás cumplan con sus deberes de manera de satisfacer nuestro derecho a transitar por una ciudad limpia. De ello concluimos que nuestros deberes apuntan a satisfacer los derechos de los demás mientras que nuestros derechos han de ser cubiertos por los deberes de los demás.

El desequilibrio se establece cuando la persona egoísta ignora sus deberes y simultáneamente exige de los demás la satisfacción de sus derechos, lo cual puede simbolizarse como sigue:

Deberes – Derechos = - 100.............. (Deberes = 0)

En este caso se ha supuesto que el individuo tiene varios deberes que cumplir y una cantidad similar de derechos, siendo el de la limpieza sólo uno de tantos. En forma arbitraria se considera que la totalidad de deberes hacia la sociedad implica una cantidad de 100 unidades, mientras que los derechos suman otro tanto. Si el individuo no cumple con ninguno de sus deberes, (Deberes = 0), el resultado será de 100 unidades negativas por cuanto la persona aludida sólo contempla sus derechos. Este podría ser el caso de la persona insociable que actúa de una manera injusta, o desequilibrada, como es propio de los resentidos y de los delincuentes.

Las personas reales oscilan entre ambos extremos, ya que muchos cumplen parcialmente con sus deberes y son levemente exigentes respecto del cumplimiento de los deberes de los demás, que serán sus propios derechos.

Como el cumplimiento de nuestros deberes es el único accesible a nuestras decisiones, la sociedad justa debe apuntar hacia el hábito de cumplir con los deberes individuales. Por el contrario, la sociedad injusta es la que estimula en sus integrantes la actitud exigente hacia los demás, y por la cual, en lugar de exigirse cada uno a si mismo lo que le corresponde, se priorizan las protestas contra el resto, que tampoco se exige nada en cuanto a sus respectivos deberes. La sociedad injusta no es otra cosa que la consecuencia necesaria del fenómeno social conocido como “la rebelión de las masas”. José Ortega y Gasset escribió: “Este hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meros idola fori: carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que siempre esté en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que sólo tiene derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1984).

La anomia, o ausencia de normas, en realidad es una voluntaria renuncia al cumplimiento de las normas sociales elementales conocidas por todos. La caracterización de la Argentina como “un país al margen de la ley” no es más que una manera distinta de expresar el desequilibrio antes mencionado.

La restante posibilidad, mediante la cual al hombre se le niegan todos sus derechos, corresponde al estado de esclavitud o servidumbre promovido por lo general por los Estados totalitarios:

Deberes – Derechos = 100.............. (Derechos = 0)

Cuando los derechos de un individuo no son respetados, sólo tiene deberes que cumplir. También se dice que “tiene un sólo derecho: el de obedecer”. Como contrapartida, quienes dirigen el sistema totalitario se arrogan todos los derechos a ellos mismos, relegando todo tipo de deberes, lo que constituye una absurda y total tergiversación de lo que se entiende por “nobleza”.

En cierta forma, se han mencionado las actitudes que tienden a conformar los distintos sistemas políticos existentes, y también la ausencia de ellos:

Democracia: equilibrio entre deberes y derechos (promovido por el liberalismo)
< Caos: incumplimiento generalizado de los deberes (promovido por el populismo)
Totalitarismo: anulación de los derechos individuales por parte del Estado (promovido por el marxismo y el fascismo)

El proceso de desintegración de una sociedad puede considerarse como una situación por la cual se pasa desde la democracia al caos y luego al totalitarismo. Como reflejo de tal tendencia se advierte un rechazo del liberalismo a favor de la adhesión a las tendencias totalitarias. El citado autor agrega: “Este universal esnobismo [sin nobleza], que tan claramente aparece, por ejemplo, en el obrero actual, ha cegado las almas para comprender que, si bien toda estructura dada de la vida continental tiene que ser trascendida, ha de hacerse esto sin pérdida grave de su interior pluralidad. Como el snob está vacío de destino propio, como no siente que existe sobre el planeta para hacer algo determinado e incanjeable, es incapaz de entender que hay misiones particulares y especiales mensajes. Por esta razón es hostil al liberalismo, con una hostilidad que se parece a la del sordo hacia la palabra. La libertad ha significado siempre en Europa franquía para ser el que auténticamente somos. Se comprende que aspire a prescindir de ella quien sabe que no tiene auténtico quehacer”.

“Con extraña facilidad todo el mundo se ha puesto de acuerdo para combatir y denostar al viejo liberalismo. La cosa es sospechosa. Porque las gentes no suelen ponerse de acuerdo si no es en cosas un poco bellacas o un poco tontas. No pretendo que el viejo liberalismo sea una idea plenamente razonable: ¡cómo va a serlo si es viejo y si es ismo! Pero sí pienso que es una doctrina sobre la sociedad mucho más honda y clara de lo que suponen sus detractores colectivistas, que empiezan por desconocerlo”.

Últimamente se asocia a la palabra democracia el cumplimiento casi exclusivo del proceso electoral sin tener en cuenta el resto de las obligaciones contraídas tanto por los gobernantes como por los gobernados. El gobierno populista o tiránico aduce sus derechos a gobernar durante todo el tiempo estipulado por la ley, es decir, durante el periodo presidencial, sin apenas tener en cuenta si cumple con los deberes que tiene respecto de la sociedad. De ahí surge la diferencia entre “legitimidad de acceso al poder” y “legitimidad de gestión”. Cuando la sociedad reclama por no ser contemplados sus derechos, el gobierno tiránico la acusa de “golpista” y de “antidemocrática”, cuando en realidad es el gobierno populista quien primero ha roto los pactos establecidos explícitamente por la democracia liberal. Ortega escribe al respecto:

“Es muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demagogos han sido los grandes estranguladores de civilizaciones. La griega y la romana sucumbieron a manos de esta fauna repugnante, que hacía exclamar a Macaulay: «En todos los siglos, los ejemplos más viles de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos». Pero no es un hombre demagogo simplemente porque se ponga a gritar ante la multitud. Esto puede ser, en ocasiones, una magistratura sacrosanta. La demagogia esencial del demagogo está dentro de su mente y radica en su irresponsabilidad ante las ideas mismas que maneja y que él no ha creado, sino recibido de sus verdaderos creadores. La demagogia es una forma de degeneración intelectual”.

El equilibrio entre deberes y derechos se establecerá a partir de una mejora ética individual generalizada; no habiendo otro camino, aunque muchos supongan que un buen sistema político, o un buen sistema económico, podrán sustituir la ética natural haciendo que las sociedades funcionen ordenadamente a pesar de las falencias morales de sus integrantes. En la Introducción del libro citado puede leerse: “Característico del nuevo orden, de la sociedad de masas, de estos países donde las minorías egregias han sido desplazadas, es el crecimiento desmesurado del poder estatal. El Estado, nacido en Europa como técnica de orden público y de administración, es para Ortega un aparato ortopédico que sólo se justifica por la necesidad de corregir las deformaciones disociales que la propia existencia de la sociedad genera. Lo paradójico, históricamente hablando, es que la sociedad que forjó este instrumento de autoprotección para servirse de él, se ha enajenado sirviéndole exclusivamente a él. La fórmula mussoliniana de «Todo por el Estado; nada fuera del Estado; nada contra el Estado» es para Ortega sencillamente abominable”.

lunes, 30 de marzo de 2015

Deducciones éticas desde la Psicología Social

Desde el punto de vista de la filosofía, no existe mayor inconveniente en que existan posturas distintas, opuestas e incompatibles entre sí, respecto de la sociedad, como es el caso de las visiones liberal y socialista de la realidad. Sin embargo, desde el punto de vista de la ciencia experimental, no es admisible que se mantengan vigentes descripciones contradictorias respecto de un mismo hecho, o de un mismo fenómeno social. De ahí el interés por establecer un esquema general que vincule estas tendencias de manera de llegar a conclusiones objetivas, que posiblemente coincidirán, según el tema, con alguna de las posturas mencionadas.

Entre las ciencias sociales “candidatas” a establecer el discernimiento entre posturas incompatibles (liberalismo y socialismo), tenemos a la Sociología y a la Psicología Social. Como la primera atraviesa todavía una etapa filosófica y sus descripciones parten desde el ámbito social en lugar del individual, queda como “candidata” natural la segunda, por cuanto sus descripciones surgen desde el nivel individual incorporando las restricciones y los fundamentos propios de la psicología general.

La debilidad de la Sociología se advierte en el caso del marxismo; ideología que tiene una similitud manifiesta con la ideología nazi, ya que, mientras que esta última surge, para la descripción de la sociedad, de las aparentes diferencias raciales, promoviendo violencia, el marxismo surge de las aparentes diferencias de clase social, promoviendo una violencia no menor. Ambas culpan al capitalismo por promover antagonismos ignorando la movilidad social que facilita. Se lo culpa por la concentración de poder existente en las sociedades capitalistas mientras que, para solucionar ese problema, proponen la concentración total de poder en el Estado.

La idea básica del liberalismo es la división del poder pretendiendo evitar los excesos que puede producir el gobierno del hombre sobre el hombre. De ahí que el atributo básico de todo gobierno democrático sea justamente la división de poderes del Estado. La misma idea se utiliza en economía, proponiendo al mercado competitivo como el proceso que ha de impedir la formación de monopolios concentradores de poder económico. No existe, sin embargo, infalibilidad, ya que se trata de un sistema basado en la libertad y en la iniciativa individual, siendo el individuo el que finalmente alcanzará, o no, lo que sus potencialidades personales le permiten realizar.

Los sistemas descriptivos de tipo axiomático sintetizan en unos pocos principios una gran cantidad de fenómenos involucrados. De ahí la posibilidad de disponer en la mente de una pequeña cantidad de información que, mediante una deducción posterior, permitirá recorrer con la imaginación un amplio espectro de temas sociales (en este caso). Quienes aducen que ello implicará necesariamente una mutilación severa de la compleja realidad humana, pueden estar en lo cierto si los principios básicos de la descripción fueron mal elegidos. Adviértase, por ejemplo, el caso del ajedrez, cuya complejidad requiere de bastante análisis y, sin embargo, parte de unas pocas reglas simples y precisas. La teoría axiomática de la Psicología Social contempla esencialmente lo que resulta accesible a nuestras decisiones para constituir una guía simple y necesaria que facilitará el logro de acuerdos en una cierta cantidad de planteamientos inaccesibles por otras vías. El punto de partida ha de involucrar los siguientes aspectos:

a) Actitud característica = Respuesta / Estímulo
b) Tendencia a la cooperación
c) Tendencia a la competencia

Se entiende por actitud característica la respuesta típica que cada individuo posee en una etapa de su vida, por lo cual existe la posibilidad de un cambio, o mejora futura. Existirán tantas actitudes características como individuos existan en el planeta. Sin embargo, es posible describirlas en base a ciertas componentes afectivas y cognitivas que todos poseemos, aunque en distintas proporciones.

Las componentes afectivas son las que generan las tendencias hacia la cooperación y a la competencia. En el primer caso tenemos al amor (se comparten las penas y las alegrías de los demás), mientras que en el segundo caso tenemos al egoísmo (interés sólo por uno mismo) y al odio (se cambia alegría ajena por tristeza propia y tristeza ajena por alegría propia). Para cubrir todas las posibles respuestas puede agregarse la indiferencia o negligencia.

Si consideramos al Bien como la tendencia a cooperar y al Mal como la tendencia a competir con los demás, se advierte que se dispone de una ética natural que coincide esencialmente con la cristiana. Si bien el liberalismo promueve la competencia empresarial, se advierte que se trata de una competencia cooperativa por cuanto, a mayor competencia, mayor beneficio para el consumidor. Además, a menor competencia, mayor monopolio y mayor concentración de poder económico; algo indeseado.

Como el liberalismo propone tanto la democracia política como la económica (mercado), proponiendo la vigencia de una actitud cooperativa, se advierte cierta compatibilidad con el cristianismo; de ahí resulta que ambos, liberalismo y cristianismo, sean el fundamento de la civilización occidental, siendo el marxismo la ideología que ataca tanto la democracia política como la económica y a la religión cristiana, y por ello resulta ser el principal opositor de tal tipo de civilización.

Puede hacerse una síntesis de las componentes afectivas de la actitud característica:

a) Cooperación: amor
b) Competencia: egoísmo
c) Competencia: odio (= burla + envidia)
d) Indiferencia

Además de las componentes afectivas existen las componentes cognitivas de la actitud característica, que provienen de considerar un proceso cognitivo individual esencialmente similar al empleado por la ciencia experimental. Consiste en adoptar una referencia para poder comparar las distintas descripciones establecidas determinando cierto error respecto de la referencia adoptada para, luego, reducir ese error, llegando a la verdad cuando el error es, idealmente, nulo.

Error = Descripción - Referencia

La referencia adoptada da lugar a cuatro posibilidades principales y son las cuatro componentes cognitivas de la actitud característica:

a) Se toma como referencia la realidad
b) O a la opinión de uno mismo
c) O a la opinión de otra persona
d) O a lo que acepta la mayoría

En el primer caso se adopta la postura del científico, dando lugar al conocimiento objetivo, de validez general, permitiendo acuerdos posteriores. Los restantes casos dan lugar al conocimiento subjetivo y admiten el relativismo cognitivo. En el último, se tiene la actitud del hombre masa, que es uno de los puntos de partida del fenómeno descripto como la “rebelión de las masas”, que da lugar al surgimiento de los distintos totalitarismos. Esta descripción del comportamiento individual implica, en cierta forma, establecer una teoría de la personalidad que ha de permitir aclarar varios aspectos de la conducta social de todo individuo. Incluso, en el ámbito de la religión, permite convalidar la ética cristiana, con la posibilidad de considerar al cristianismo como una religión natural, que ha de diferir de la postura teísta (Universo = Dios + Naturaleza). Sin embargo, la postura deísta (Universo = Dios = Naturaleza) podrá en el futuro representar una alternativa válida por cuanto constituye una postura que compatibiliza religión y ciencia social.

Se entiende por ley natural al vínculo invariante entre causas y efectos, admitiéndose que todo lo existente está gobernado por alguna forma de ley natural. Incluso el vinculo entre respuesta y estimulo, o efecto y causa, denominado “actitud característica”, implica una ley natural básica que rige el comportamiento social del ser humano. La validez de una religión, entonces, dependerá de su compatibilidad con la ley de Dios, o ley natural. Las restantes posturas, incompatibles con la ciencia experimental, y con la ley natural, por lo general no producen buenos resultados, ya que constituyen “una fuente inagotable” de conflictos y antagonismos.

Es oportuno resaltar que la teoría emergente de la Psicología Social puede fundamentarse al nivel del cerebro, es decir, puede incluso determinarse su compatibilidad con los recientes hallazgos realizados en neurociencias, tal el descubrimiento de las neuronas espejo, posible fundamento de la empatía (y por consiguiente, de la actitud del amor). Desde el cristianismo se busca evitar el gobierno del hombre sobre el hombre, de ahí la propuesta esencial del gobierno de Dios (o Reino de Dios), que es el gobierno del orden natural sobre el hombre cuando éste decide aceptarlo. Adviértase la similitud existente con el gobierno de las leyes sobre el ser humano, en lugar del gobierno discrecional de los líderes políticos, propuesto por el liberalismo.

Una vez que se acepta la visión científica de la realidad, por la cual todo lo existente está regido por alguna forma de ley natural, es admisible considerar que nuestra misión esencial en la vida consiste en adaptarnos a la misma. En caso de no lograrlo, aparece el sufrimiento correspondiente, mientras que la felicidad implica que nuestro grado de adaptación resulta el adecuado.

Lo moral y lo legal

Resulta deseable que en toda sociedad exista acuerdo entre lo que se considera ético y lo que resulta legal, es decir, que sea compatible tanto con la ética natural como con las leyes que provienen del derecho. Así, si el aborto es considerado como un hecho inmoral, la ley vigente debería prohibirlo y, por lo tanto, sancionarlo. De lo contrario ocurrirá algo similar a lo que acontece en un hogar en donde un niño recibe mensajes contradictorios según vengan de su madre o de su padre, por lo cual no tendrá una idea clara respecto del bien y del mal. Marco Tulio Cicerón escribió: “La ignorancia del bien y del mal es lo que más perturba la vida humana”.

Los conflictos entre religión y derecho aparecen cuando la religión trata de imponer una orientación a la vida del hombre sin tener presente las costumbres y las leyes humanas; justamente porque pretende modificarlas según criterios religiosos, mientras que, por otra parte, desde el derecho se pretende disponer de la libertad suficiente para buscar un orden legal que sea independiente de la religión.

Este conflicto puede solucionarse de una manera un tanto simple, ya que ambos, religión y derecho, tienen sentido en cuanto son compatibles con la ley natural que rige la conducta de los hombres. Así, en religión debe considerarse a la ley natural como la ley de Dios, mientras que en derecho la contemplación de la ley natural es el requisito esencial para que esta rama de las ciencias sociales adquiera su carácter científico. Puede establecerse la siguiente simbología para evidenciar la fuente común de la religión y del derecho:

Ley natural => Religión
Ley natural => Derecho

Luego, todo conflicto existente entre religión y derecho habrá de interpretarse como la consecuencia de haber observado a la ley natural en forma errónea o incompleta, en lugar de reclamarse entre ambas ramas del conocimiento no haber contemplado a la otra. Este vendría a ser un caso similar al de los padres en conflicto que acuden al sacerdote o al psicólogo para dirimir sus diferencias en cuanto a lo que se supone que está bien o que está mal, a fin de no perjudicar la educación de sus hijos.

Para darle un sentido objetivo al tema tratado, es necesario definir con cierta precisión el concepto de “ley natural”, por cuanto se le asocian distintos significados según vengan de la ciencia o de la religión. Desde la ciencia es admisible afirmar que “ley natural es el vínculo invariante entre causas y efectos”. Luego, para introducir esta definición en el ámbito humano, puede decirse que se trata básicamente de la respuesta característica asociada a la conducta y por la cual un individuo responde de igual manera en iguales circunstancias; esta es la actitud característica como relación entre respuesta y estimulo, que vendría a ser esencialmente una relación del tipo causa y efecto.

Si consideramos al bien como la actitud por la cual compartimos las penas y las alegrías de los demás como propias (amor), y al mal como a la imposibilidad de tal actitud cooperativa (egoísmo e indiferencia) junto a la actitud por la cual respondemos con alegría ante las penas ajenas y con tristeza a las alegrías (odio), disponemos de las cuatro actitudes básicas del hombre a ser tenidas en cuenta para promover el bien y desalentar el mal. Lo moral y lo legal va a ser toda sugerencia religiosa y toda ley que favorezcan la actitud cooperativa, por lo cual tanto desde la religión como del derecho se tratará de sancionar de alguna forma las acciones motivadas por actitudes negativas. Si la ley religiosa o la ley humana no tienen en cuenta a la ley natural, no tienen razón de ser. De ahí que Cicerón haya expresado: “La ley no es un producto del pensamiento humano y tampoco es un decreto emanado de las personas, sino algo eterno que gobierna todo el universo, por su sabiduría, al ordenar y prohibir”. “La verdadera ley es la razón justa de acuerdo con la naturaleza; es de aplicación universal, inmutable y eterna”.

Por su parte, Santo Tomás escribió: “Toda ley humana tiene tanto de verdadera ley cuanto se deriva de la ley de la naturaleza; pero si en algo se aparta de la ley de la naturaleza, ya no será ley, sino corrupción de la ley”. “La luz de la razón natural por la que discernimos lo que es bueno y lo que es malo, que es la función de la ley natural….”.

Mientras que Edmund Burke escribió: “Todos nacemos en sujeción, todos nacemos iguales, grandes y humildes, gobernantes y gobernados, en sujeción a una gran ley inmutable, preexistente, anterior a todos nuestros recursos y a todos nuestros artilugios, superior a todas nuestras ideas y a todas nuestras sensaciones, anterior a nuestra propia existencia y por la cual estamos enlazados y conectados al marco eterno del universo, del cual no podemos salir” (Citas en “Ética y filosofía política” de Felix E. Oppenheim-Fondo de Cultura Económica-México 1976).

Entre los aspectos llamativos de nuestra época advertimos que algunos sectores fundamentan sus acciones en el odio en lugar del amor; de ahí que el cristianismo sea por ellos aborrecido. En el pasado, por el contrario, resultaba generalmente evidente que lo moral, o lo ético, implicaba algo compatible con una actitud cooperativa. De ahí que existan dos posturas irreconciliables, como lo son la democracia (política y económica), por una parte, y los diversos totalitarismos, en oposición a ella.

Puede decirse que la democracia apunta a establecer una sociedad en la que exista acuerdo entre la ética natural y las leyes establecidas, mientras que los sistemas totalitarios tienden a establecer leyes que se oponen a dicha ética, o bien tratan de compatibilizarlas con actitudes que orientan al hombre hacia el mal, según el criterio antes mencionado.

Como ejemplo podemos mencionar la ley socialista que prohíbe los intercambios libres y voluntarios entre dos personas sin la intermediación del Estado. Este tipo de intercambio es la acción cooperativa básica que surge cuando existe una previa predisposición a compartir las penas y las alegrías de los demás. Si las leyes, que provienen del Estado, lo prohíben, se observa un desajuste evidente entre lo moral y lo legal, porque lo moral (según la ética natural) es considerado ilegal (según las leyes socialistas).

Bajo un sistema socialista “débil”, se observa la ilegalidad impuesta por el Estado argentino al libre y voluntario intercambio de dólares, es decir, un intercambio que no tiene en cuenta al precio fijado por el Estado. Por ello puede decirse que es el Estado el que no tiene en cuenta el precio de mercado surgido de la acción libre y voluntaria de los ciudadanos. Como consecuencia, puede advertirse que la incompatibilidad entre lo moral y lo legal da lugar a sistemas económicos o sociales que por lo general funcionan poco eficazmente.

Otro ejemplo lo encontramos en el caso de la impresión monetaria a un ritmo mayor al del crecimiento de la producción, lo que se conoce como inflación. Por ser una acción del Estado que tiende a quitarle valor a la moneda circulante, destruyendo parcialmente el valor de los ahorros existentes, se trata de una acción injusta, o inmoral, aunque el Estado aduzca legalidad al hacerlo. Si bien la inflación, como la venta restringida de dólares, en un momento dado son decisiones propuestas para evitar desajustes mayores, ambas provienen de haber antes establecido una orientación económica contradictoria con la ética natural. De ahí que surja, como una consecuencia evidente, que los mejores resultados políticos y económicos se logran cuando lo moral coincide con lo legal.

Otra consecuencia adicional es que, para mejorar el orden social, debe primero mejorarse el nivel ético individual, condición esencial del hombre que incluso tiende a hacer innecesaria la ley proveniente del derecho. Es decir, si todos los hombres estuviésemos adaptados plenamente al orden natural, orientados por una predominante actitud cooperativa, no sería necesario el refuerzo que la ley humana debe prestar para orientarlo en la dirección correcta. Como el hombre, en realidad, todavía está lejos de esa situación ideal, la ley humana debe seguir ayudando a consolidar el proceso de adaptación mencionado.

La ética cristiana, que coincide esencialmente con la ética natural, no tiene la influencia esperada por cuanto ha sido desplazada por simbologías y misterios. Además, sus predicadores no han sido del todo eficaces. En este caso puede hacerse una analogía con el caso de los vendedores. Así, mientras que el buen vendedor es el que se interesa realmente por el cliente, el mal vendedor se dedica a exaltar los atributos de lo que vende, o bien trata de mostrar sus aptitudes de vendedor, dejando de lado al comprador que sólo es considerado como un medio para lograr el objetivo del vendedor: la venta. En forma similar, el predicador tiende a exaltar a Dios y a Cristo, e incluso a mostrar sus atributos personales sin apenas interesarse por el individuo a quien se dirige, que pasa a ser algo secundario. El cristianismo, por el contrario, parece ser un desesperado intento de salvar a la humanidad de su propia autodestrucción.

Varios autores señalan que lo cultural es prioritario a lo político y a lo económico, para encontrar el rumbo definitivo que nos lleve hacia el real progreso del ser humano. Lo cultural, asociado a lo espiritual, no es otra cosa que la búsqueda consciente de dos aspectos relegados por el materialismo y la superficialidad reinante, y ellos son: lo intelectual y lo afectivo (o ético). Samuel P. Huntington escribió: “Si la cultura incluye todo, no explica nada. Por lo tanto, definimos la cultura en términos puramente subjetivos como los valores, actitudes, creencias, orientaciones y suposiciones subyacentes que prevalecen entre las personas que conforman una sociedad”.

Lawrence E. Harrison, por su parte, escribió: “El escepticismo respecto de la relación entre los valores culturales y el progreso humano aparece en especial en dos disciplinas: la economía y la antropología. Muchos economistas consideran axiomático que una política económica adecuada y efectivamente aplicada produzca los mismos resultados independientemente de la cultura. El problema, en este punto, es el caso de los países multiculturales en los que a algunos grupos étnicos les va mejor que a otros, aunque todos operen con las mismas señales económicas. Los ejemplos son las minorías chinas en Tailandia, Malasia, Indonesia, Filipinas y EEUU, las minorías japonesas en Brasil y los EEUU, los vascos en España y en América Latina, y los judíos donde sea que hayan migrado” (De “La cultura es lo que importa” de S. P. Huntington, L. E. Harrison y otros-Ariel-Buenos Aires 2001).

Éticas de la felicidad y de las otras

Se supone, acertadamente, que todo lo bueno que adquirimos y que disponemos tiene un costo, que es la contrapartida necesaria que pagamos por aquello que mucho vale. De ahí que la felicidad, lo que más “cotiza” entre los valores perseguidos por el hombre, habrá de tener también un costo asociado bastante alto, siguiendo la tendencia general del costo proporcional al valor asignado.

El camino que hemos de emprender para llegar a la felicidad ha de ser arduo, aunque no por ello deberá ser sacrificado, es decir, requerirá mucho trabajo intelectual sin que necesariamente deba padecerse un sufrimiento comparable. Esto puede asegurarse por cuanto en el pasado se han puesto a prueba una gran cantidad de métodos de los cuales disponemos sus resultados, por lo que no es necesario ponerlos a prueba nuevamente. Sin embargo, siguen teniendo vigencia tanto los métodos con una buena relación costo-beneficio como aquellos con una pobre relación de ese tipo.

Podemos considerar, en primer lugar, las éticas con beneficios indirectos, como aquella de carácter religioso en la cual la satisfacción no proviene en forma directa de la buena acción realizada, o el sufrimiento de una mala acción, sino que se considera que el Dios que interviene en los acontecimientos humanos ha de considerar las acciones individuales con su incuestionable justicia para distribuir luego el premio o el castigo correspondiente.

Los mandamientos de Moisés consisten esencialmente de prohibiciones; como no matar, no robar, etc. De ahí que desalienten hacer el mal aunque no sugieran explícitamente hacer el bien. Si uno se encierra en una habitación sin establecer comunicación alguna con el resto de la sociedad, cumple los mandamientos estrictamente, ya que no hace el mal a nadie, pero tampoco tiene posibilidades de hacer el bien, al menos en forma directa. De ahí que sean éticamente neutros en un balance entre el bien y el mal realizados.

Los mandamientos de Cristo, especialmente el que sugiere “amar al prójimo como a uno mismo”, apuntan a hacer el bien en forma directa y excluyen la posibilidad de hacer el mal sin necesidad de una posterior recompensa divina. El primer mandamiento, el del amor a Dios, es el vehículo necesario para promover el cumplimiento del posterior mandamiento, que tiene un carácter estrictamente ético.

El amor al prójimo, entendido como la actitud por la cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias, recompensa con la felicidad inmediata a quienes lo cumplen. Mayor ha de ser la felicidad para quienes la palabra “prójimo” implica personas más allá de su ambiente familiar e incluso social. Cuando se posee tal actitud, la relación costo-beneficio es inmensa. Lo que cuesta bastante trabajo es llegar hasta esa actitud, especialmente para quienes comenzaron con una actitud opuesta a esa tendencia.

Quienes, tratando de cumplir los mandamientos cristianos, no logran un aceptable nivel de felicidad, son aquellos que no lo interpretaron adecuadamente, poniendo en práctica otras actitudes distintas. Incluso algunos “elevan el costo” artificialmente infligiéndose castigos físicos ante la creencia de que un “pago adelantado” les reportará beneficios posteriores. Si bien esto acontece en casos aislados, debe tenerse presente que el cristianismo es una religión para todos los hombres y no sólo para predicadores. Toda creencia, o toda acción, deben ser factibles de realización por parte de cualquiera.

Por lo general, se enfatiza que la carencia de bienes materiales es la principal causa de infelicidad, lo cual puede ser cierto. Sin embargo, no se tiene en cuenta que quien posee bienes materiales suficientes, careciendo de afectos humanos, se encuentra en un estado de pobreza quizás mucho mayor. Esta vez se trata de una pobreza espiritual. La Madre Teresa de Calcuta escribió: “Hay pobres en todas partes, pero la pobreza mayor consiste en no ser amados. Los pobres a quienes hemos de buscar pueden vivir cerca o lejos. Pueden ser pobres materiales o espirituales. Pueden tener hambre de pan o hambre de amistad. Pueden tener necesidad de vestidos o de la sensación de riqueza que representa el amor que Dios les tiene. Pueden necesitar el cobijo de una casa de ladrillo y de cemento o el cobijo de tener un lugar en nuestro corazón” (De “La alegría de darse a los demás”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1995).

Así como existen personas que les cuesta ceder algo de su dinero ante el necesitado, existen muchos que les cuesta ceder una sonrisa o un pequeño gesto que le indique a un desconocido “sé que estás ahí”. Posiblemente tal persona, luego de recibir pequeños gestos de reconocimiento vuelva a su casa un poco mejor que si no los hubiese recibido. Una gota de agua no cambia el nivel del mar, pero el mar no es el mismo de antes.

Cuando un país sufre una severa crisis moral, que tarde o temprano se traducirá en la aparición de muchos pobres, tanto en el sentido espiritual como material, surge la opinión coincidente de que todo ello se solucionará con una mejor “redistribución de las riquezas” o con la creación de bienes materiales abundantes. Si nos atenemos a la “especialista en pobres”, como es el caso de la autora citada, advertimos que coloca en un pie de igualdad a la carencia de afectos como a la carencia de bienes materiales. De ahí que deba encararse la solución de ambos tipos de carencia en forma simultánea.

En cuanto a la prioridad para reiniciar el camino de la recuperación de las personas, puede advertirse que quienes disponen de bienes materiales suficientes, y a veces más que suficientes, pueden carecer de una actitud espiritual adecuada tanto para ser felices como para ayudar a que otros lo sean, ya que no tienen una clara orientación en la vida. Al carecer de tales valores, tampoco podrán dar bienes materiales a quienes los necesiten, aunque a ellos les sobre. De ahí que aparece como prioritaria la adquisición de valores morales como el primer requisito para la salida de toda crisis moral y material. “Es necesario que comprendamos a los pobres porque no sólo existe la pobreza material sino también la pobreza espiritual, más dura y profunda, que anida hasta en el corazón de los hombres más llenos de riquezas”.

Por lo general, uno se “asusta” al conocer la labor realizada por la Madre Teresa de Calcula ya que no todos estamos dispuestos a abandonar nuestra vida confortable para emprender una tarea semejante. Sin embargo, para que las cosas mejoren notablemente, podrán lograrse importantes mejoras en toda la sociedad cuando, sin abandonar muestra vida actual, intentemos orientarnos en la dirección señalada por la monja católica. “Es fácil amar a los que viven lejos. No siempre lo es amar a quienes viven a nuestro lado. Es más fácil ofrecer un plato de arroz para saciar el hambre de un necesitado que confortar la soledad y la angustia de alguien que no se siente amado dentro del hogar que con él mismo compartimos”.

Adviértase que cada acción que beneficia a alguien al menos un poco, nos beneficia también a nosotros en forma simultánea, ya que existe en el ámbito de las interacciones sociales una especie de ley de acción y reacción similar a la vigente en la mecánica. Debemos ayudar a los demás mientras uno sea feliz al hacerlo, porque de esa manera buscaremos la continuidad de nuestra tarea. Cuando aparecen los primeros síntomas de sacrificio, es un indicio de que se termina el amor, y tarde o temprano, finalizará la ayuda. “Si hoy se da una cierta crisis de credibilidad con respecto a organizaciones católicas o de inspiración católica, las causas quizá puedan localizarse en falta de celo y en las motivaciones que tienen que servir de base para el deseo de construir un mundo caritativo. En tanto el amor y la piedad no dejen de informar el trabajo de caridad, ninguna obra fracasará jamás por dificultades económicas o financieras. Por el contrario, apenas se pierda este empuje de amor y piedad, todo trabajo está destinado a sucumbir”.

Además de la poca eficacia que los predicadores cristianos tienen en la difusión religiosa, debido principalmente a la competencia de la publicidad comercial que ofrece al hombre una gran variedad de opciones para mejorar su nivel de felicidad más allá de las pequeñas acciones cotidianas destinadas a los demás, aparecen las ideologías de izquierda que combaten intensamente los dos pilares que tienden a disminuir tanto la pobreza espiritual como la material, tales los ataques al cristianismo y al capitalismo.

El marxismo siempre ha combatido al cristianismo por cuanto, según aducen sus difusores, la religión es un engaño promovido por los capitalistas para explotar de manera más efectiva a los pobres. Pretenden incluso reemplazar la actitud del amor por el altruismo socialista, el cual implica sacrificarse por los demás trabajando arduamente para compensar el trabajo deficitario de quien no puede o no quiere hacerlo. La vida, y el trabajo socialista, sin motivaciones individuales (excepto por el reconocimiento de los lideres políticos) pronto pierde todo interés y valor, de donde provienen los pobres resultados obtenidos por el socialismo.

También el marxismo combate al capitalismo, o economía de mercado, promoviendo de esa manera la pobreza material, ya que se trata de prescindir nada menos que de la actividad empresarial privada. Una sociedad en la que falten empresarios, competencia entre los mismos, creatividad e innovación, nunca logrará buenos resultados. Si bien la economía de mercado por si sola no puede producir milagros, al menos es un marco o ámbito que permite que las acciones de los hombres logren el mejor rendimiento.

La mayoría reclama que sea redistribuida la riqueza poseída por productores y empresarios, pero pocas veces reclama que sea repartida la riqueza mal habida de políticos que utilizan al Estado para enriquecerse a través del robo legalizado por leyes humanas, pero no así por las leyes naturales que contemplan la moralidad de las acciones.

El populismo emergente de las ideologías totalitarias favorece el derroche y la vagancia generalizada, desalentando la inversión, ya que los medios económicos para ese fin han ido a parar previamente al Estado para financiar tanto la corrupción como el pseudo-trabajo con utilidad nula, favoreciendo mayores niveles de pobreza.

La persona decente se preocupa tanto del que sufre por carecer de alimentos como del que sufre por carecer de afectos. El hipócrita, por el contrario, finge sufrir por los pobres por cuanto éstos ocupan un lugar inferior en la escala de valores comúnmente aceptada, mientras que es indiferente al sufrimiento del rico, que ocupa un lugar superior en tal escala. Incluso promueve la sublevación de los pobres en contra de los ricos, ya que el odio y la envidia orientan sus acciones.

Éticas y objetivos

De la misma manera en que un empresario establece una estrategia para la producción y venta de un producto, con el objetivo de lograr buenas ganancias, cada ser humano establece su propia estrategia con el objetivo de lograr la felicidad. Puede decirse que existe una cantidad comparable de estrategias como de hombres. Así, la ética individual elegida corresponde a la estrategia mencionada mientras que el objetivo mayoritariamente elegido es el logro de la felicidad. A partir del objetivo y de la estrategia elegida, se establece la acción humana correspondiente, cuya moralidad dependerá de tal elección. Como no todas las estrategias son convincentes, algunos hombres difunden sus éticas personales para compartirlas con los demás, siendo este proceso, de prueba y error, el disponible para adaptarnos a las circunstancias que nos impone la realidad cotidiana.

De todas las éticas posibles, habrá alguna que produzca el mejor resultado. Será también la que mejor nos adapte al orden natural, por lo que podremos denominarla “ética natural”, por cuanto pareciera ser la respuesta que dicho orden requiere de nosotros como pago por el precio impuesto a nuestra supervivencia. Todas las éticas posibles constituyen la respuesta a la pregunta de “cómo somos” los hombres, mientras que la mejor de ellas responderá al “cómo debemos ser”. De ahí que el “cómo debemos ser” sea la optimización del “cómo somos”, obteniéndose por prueba y error y posterior selección artificial.

Si hemos de describir las éticas posibles, puede hacerse una gran simplificación por cuanto casi todas apuntan a tres objetivos básicos, o a una superposición de dos o más de ellos. Entre esos objetivos se encuentra la felicidad y también los disfraces que la encubren:

a) La búsqueda de placeres y sensaciones agradables orientadas al cuerpo y a los sentidos
b) La búsqueda de satisfacciones provenientes del conocimiento y del intelecto
c) La búsqueda de gratificaciones emocionales provenientes de la interacción social

Las éticas destinadas a la búsqueda del placer y las sensaciones agradables, se conocen como éticas hedonistas, cuya figura representativa es Epicuro. Si bien algunos historiadores aducen una injusta y errónea interpretación del filósofo, se lo tomará como referencia siguiendo la tradición. Jaime Balmes escribió: “Sardanápalo creía hacer una cosa que le era muy útil embriagándose de placeres, lo que consideraba como el sumo bien, supuesto que hacía poner en su busto la famosa inscripción, de la cual dijo con verdad Aristóteles que no era de un rey, sino de un buey: «Tengo lo que comí, bebí y gocé; lo demás, ahí queda»”. “Al poner el fin del hombre en los placeres sensibles es trastornar el orden de la naturaleza, tomando los medios por fines y los fines por medios. El placer de la comida se nos ha concedido para impelernos a satisfacer esta necesidad y hacernos el alimento más saludable: no nos alimentamos para sentir placer: sentimos placer para que nos alimentemos”.

“La prueba de que el fin no es el placer sensible, se ve en la limitación de las facultades para gozar: el gastrónomo más voraz está condenado a privarse de muchas cosas, si no quiere morir; y, para la inmensa mayoría de los hombres, los placeres de la mesa se reducen a un círculo mucho más estrecho. Todos los demás goces algo vivos están sujetos a la misma ley: quien la infringe, sufre, si continúa, pierde la salud, y, si se obstina, muere”.

“El epicúreo consecuente debiera hablar de este modo: «mi fin es el placer: ésta es la única regla de mi moral; gozo cuanto puedo; y sólo ceso cuando temo morir: sin este peligro no pondría ningún límite a la sensualidad; los festines, las orgías, los desórdenes de toda clase formarían el tejido de mi vida, y entonces sería yo el hombre moral por excelencia, porque me atendría con rigor al principio de la moralidad: el goce»” (De “Ética”-Editorial TOR-Buenos Aires 1960).

Respecto de la ética orientada a la satisfacción intelectual, el citado autor agrega: “¿La moralidad se fundará en la inteligencia, de suerte que sea moral todo lo que conduzca al desarrollo de las facultades intelectuales, e inmoral lo que a esto se oponga?”. “No cabe duda en que esta opinión no ofrece la repugnante fealdad de las anteriores: el desenvolver las facultades intelectuales es una acción noble, digna del ser que las posee; el sentido moral no se subleva contra quien nos presenta el término del hombre en la esfera intelectual. La contemplación de la verdad es un acto noble, digno de una criatura racional. Sin embargo, esta idea, por sí sola, no nos explica el cimiento de la moralidad: nos agrada la acción de entender, pero todavía preguntamos en qué consiste ese carácter moral de que la inteligencia se reviste, en qué la inmoralidad que con frecuencia la afea y la degrada”.

“Imaginen un filósofo que, dominado por la pasión del saber, no perdona medio ni fatiga para acrecentar sus conocimientos, y que, con el fin de proporcionarse lo que desea, olvida los deberes de su familia y sociedad, y es, además, injusto, reteniendo libros que no le pertenecen, usurpando propiedades de otros para acudir a los gastos de sus experimentos….¿será moral? ¿Le bastará para la moralidad su ardiente pasión por la ciencia? Es evidente que no”. “La combinación de la utilidad con la moralidad nos la indica nuestro deseo innato de ser felices. Respetamos, amamos la belleza moral: éste es un impulso de la naturaleza; pero también esa misma naturaleza nos inspira un irresistible deseo de la felicidad: el hombre no puede desear ser infeliz; los mismos males que se acarrea, los dirige a procurarse bienes o a liberarse de otros males mayores; es decir, a disminuir su infelicidad. Así, la moral no está reñida con la dicha, aun cuando la razón no nos lo enseñara, nos lo indicaría la naturaleza, que nos inspira a un mismo tiempo el amor de la felicidad y el de la moral".

Habiendo mostrado que la búsqueda de placeres y de conocimientos no basta para el logro de la felicidad, queda como alternativa final la búsqueda de los afectos. De ahí que la ética cristiana, o natural, consista en el amor al prójimo como búsqueda prioritaria, sin necesidad de anular los restantes objetivos pero sin permitir que anulen la búsqueda espiritual. De esa manera, la felicidad se identifica con la moralidad.

Adviértase que, por lo general, se siente envidia por quienes poseen todo aquello que no constituye la esencia de la felicidad, como son los medios materiales para lograr placeres y poder, es decir, para alejarse de los demás seres humanos. También se puede sentir envidia por quienes poseen conocimientos, pero casi nunca se la siente por quienes han logrado la felicidad plena, que son las personas simples, predispuestas al vínculo afectivo con todas las personas. De ahí que el sufrimiento asociado a la envidia sea un síntoma de que se ha errado en la elección de la estrategia que nos orientará en la vida. Cuando se la elige bien, desaparece toda posibilidad de sentir envidia. La reserva moral de un individuo, que le permite sobrellevar las adversidades en forma poco conflictiva, implica la adopción preponderante de valores espirituales, o afectivos, dejando de lado aquellos que corresponden a la búsqueda de placeres y comodidades para el cuerpo. De esa forma se libera efectivamente de muchos contratiempos que, amargando la vida del hedonista, para él sólo significan pequeñas incomodidades.

Para conocer la escala de valores predominantes en una persona, podemos observar qué aspectos de su vida sacrifica y cuáles conserva. Esto se hace evidente en las personas con exposición pública, como los políticos. Así, en los países en decadencia moral, el político populista tiende a sacrificar su dignidad y su prestigio mintiendo públicamente y difamando a sus rivales de turno. Hace evidente que en su escala de valores no predominan precisamente los valores éticos, o afectivos. Por el contrario, en los países normales se advierte que los políticos tienden a colaborar con sus ocasionales rivales por cuanto sobreentienden que la patria y sus propios valores éticos deben predominar sobre sus mezquinos intereses personales. José M. Goñi Moreno relata una experiencia vivida en Nueva Zelanda: “Hace quince años se celebraba en Wellington, capital de Nueva Zelanda, la reunión de expertos de la Oficina Internacional del Trabajo. Al inaugurarse las deliberaciones el Primer Ministro neozelandés dijo a los expertos reunidos: «Las realizaciones sociales que ustedes elogian, justifican nuestro orgullo. Pero debemos advertir que esta legislación social fue implantada antes de que nosotros llegásemos al gobierno»”.

“Terminado el discurso se escuchó una voz desde el fondo de la sala: «Pido la palabra en mi carácter de ex Primer Ministro. Es verdad, señores, que nosotros, los laboristas, planeamos el sistema de seguridad social que se aplica en este país. Pero esta es una parte de la verdad. Las realizaciones que ustedes admiran son obra de los conservadores, que se caracterizan por perfeccionar las instituciones que les dejamos»”.

“Y ante la sorpresa de muchos expertos, agregó; «Nosotros también conocemos, señores, la lucha política. Combatimos por el triunfo. Pero después de las elecciones, los neozelandeses somos llamados a colaborar con prescindencia de nuestra militancia, en un esfuerzo de conjunto en bien del país»”. “Me encontraba entre los expertos convocados. Fue la enseñanza más inolvidable que recibí en una reunión internacional. Me parecían increíbles esas palabras. Y desde entonces imaginé que una escena semejante, demostrativa de una auténtica y sincera cultura política, podría vivirse algún día en los niveles dirigentes de la Republica Argentina” (De “La hora decisiva”-A. Peña Lillo Editor-Buenos Aires 1967).

La escala de valores predominante en la Argentina, acentuada desde la dirigencia política populista, es la que conduce al agravio y la difamación. Incluso resulta frecuente escuchar opiniones en las cuales se evidencia un desacuerdo a que en el fútbol se incorporen tecnologías que eliminen los errores arbitrales y, sobre todo, las trampas realizadas por los jugadores porque, se aduce, ello le quitaría la “picardía” al fútbol. Esto hace recordar las palabras de Jorge Luis Borges: “La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama «viveza criolla»”.

En cierta ocasión, el autor del presente escrito tuvo la oportunidad de hablar con un jugador de fútbol cuya actividad deportiva se remontaba a algunas decenas de años atrás. En tal conversación advirtió, con cierta sorpresa, que el deportista relataba algunas trampas e incorrecciones deportivas jactándose por ello, lejos de arrepentirse. De ahí que, posiblemente, en un país en que una gran parte de sus integrantes trate de demostrar a los demás que es una persona “viva” (inteligente, mentalmente hábil) se deba precisamente a la necesidad de contrarrestar la real ausencia de tal capacidad.

Moral y costumbres

La evolución de la moral en una sociedad implica una paulatina aproximación a una moral objetiva y universal, mientras que las costumbres adoptadas generalmente no la tienen en cuenta. De ahí que la moral forme parte del proceso de adaptación cultural al orden natural mientras que las costumbres pueden, o no, favorecer tal proceso. William F. Ogburn y Meyer F. Nimkoff escriben: “Las «mores» son costumbres que se consideran esenciales para el bienestar del grupo. Una práctica establecida por las «mores» es mirada por todos como lícita y buena, aunque perjudique a la salud o incluso a la vida. Lo que en una época es considerado como bueno, puede estarlo como malo en otra, en la misma sociedad” (De “Sociología”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1959).

La moral proviene de respuestas interiores favorecidas por la educación, mientras que las costumbres provienen de la influencia de lo que se observa “en la calle”. Al no ser fácilmente distinguibles, se cae en el error de considerarlas idénticas. Sin embargo, mientras que las sugerencias éticas tienen validez universal, en el sentido de que se adaptan o no a la realidad, la validez de las costumbres resulta sólo parcial o sectorial. La ética implica la forma concreta en que se expresan las normas o mandamientos orientados a modificar, o a confirmar, la conducta humana. De ahí que el nivel moral de todo individuo dependa del grado de acatamiento dispensado a cierta ética particular. Por otra parte, las distintas éticas propuestas se acercan en mayor o menor grado a una ética natural, siendo ésta la que produce los mejores resultados y que, como no viene escrita en ninguna parte, nos enteráramos de su existencia a través de las sucesivas aproximaciones establecidas por el hombre y evaluadas según los resultados obtenidos.

La validez objetiva de las éticas propuestas se advierte considerando las similitudes de las normas que desde hace miles de años prevalecen en los diversos pueblos. Tales coincidencias presuponen la existencia de una ética natural. Sin embargo, quienes no distinguen entre moral y costumbres, al considerar a la moral como una costumbre más, sostienen que toda moral es subjetiva, y de ahí el origen del relativismo moral.

Cuando tiene vigencia el relativismo moral, el bien y el mal se consideran conceptos subjetivos, por lo cual no tiene mucho sentido tratar de buscar el bien y evitar el mal. William Graham Sumner escribió: “La noción del bien y del deber es la misma con respecto a todas las costumbres, pero varía en intensidad según los intereses en juego”. “Los «derechos» son las leyes de toma y daca mutuas, en la competencia por la vida, que se imponen a los compañeros del grupo unido a fin de que la paz reine cuando es esencial para la fuerza del grupo. Por eso, los derechos nunca pueden ser «naturales» o concedidos por Dios, o absolutos en sentido alguno. La moralidad de un grupo en determinado momento es la suma de los «tabú» y las prescripciones costumbristas mediante las cuales se define la buena conducta. Por eso, la moral nunca es intuitiva. Es histórica, institucional y empírica” (De “Los pueblos y sus costumbres”-Editorial Guillermo Kraft Ltda.-Buenos Aires 1948).

El citado autor identifica moral con costumbres. Recordando que la moral tiene sentido vinculándola a una ética propuesta, la costumbre resulta ser una especie de creación libre que puede, o no, contemplar a la ética. De ahí que, si se aceptase que la libertad individual es un derecho natural, se limitaría la adhesión al socialismo, que apunta a limitarla o anularla. En el lenguaje totalitario, sin embargo, se habla de “libertad” y de “democracia” en un sentido opuesto a los significados originales. Los intentos totalitarios de transformar la naturaleza humana, bajo la búsqueda de cierta “naturaleza artificial” modificada por las costumbres inducidas desde el Estado, resultaron vanos, ya que se basaban en la creencia en la validez del relativismo moral. George Orwell escribía en su novela: “El Ministerio de la Verdad –Miniver en la Neohabla- era único en su especie y nada de común tenía con ningún otro edificio de la urbe”. “Se distinguían los tres lemas del Partido, estampados sobre la alba fachada del enorme edificio: La guerra es la paz – La libertad es esclavitud – La ignorancia es la fuerza” (De “1984”-Editorial Guillermo Kraft Ltda.-Buenos Aires 1952).

La moral natural resulta ser una ventaja evolutiva; de lo contrario, no podría el hombre vivir en sociedad. Y al no poder vivir en sociedad, no podría existir. La supervivencia del hombre está ligada a la supervivencia de la sociedad. Paul Gille escribió: “La moral es un fenómeno de la vida social: en otros términos, las primeras nociones morales datan y se derivan de las primeras sociedades”. “No puede ser de otro modo: no hay evolución, ni siquiera formación humana sin sociedad, y no hay sociedad posible sin una moral, es decir, sin un sistema de convenciones entre individuos reunidos para ayudarse mutuamente en la lucha –imposible de sostener aisladamente- para la conservación y mejora de la vida, contra las fuerzas naturales y los organismos vitales concurrentes”.

Si la moral es esencial para la unión entre los hombres, el vínculo de unión propuesto por las distintas éticas ha de coincidir con el fundamento de las mismas. Así, el vínculo de unión entre los hombres, según el cristianismo, ha de ser el amor, ya que mediante tal actitud compartimos las penas y las alegrías de los demás como propias. Simultáneamente, el amor es el fundamento de la ética cristiana. El autor citado agrega: “La asociación es, pues, una condición de vida para el ser humano, y al mismo tiempo le obliga a contar con otro y le impone obligaciones generales cuyo conjunto constituye la moral, considerada así como la resultante de toda sociedad o como el mismo lazo social. En cuanto hay asociación, ipso facto nace una moral rudimentaria; el hecho social engendra el hecho moral” (De “Historia de las ideas morales”-Editorial Partenón-Buenos Aires 1945).

El principio general de donde surge la moral es la propia ley natural que rige el comportamiento del hombre. De ahí que pueda llegarse a su conocimiento por distintos medios. Para el socialista, en cambio, es la costumbre la que determina la moral. Friedrich Engels escribió: “Nos explicamos la manera de pensar de los hombres de una época determinada por su manera de vivir, en vez de querer explicar, como se ha hecho hasta aquí, su manera de vivir por su manera de pensar”.

Las sociedades utópicas se caracterizan por dejar de lado los vínculos afectivos para reemplazarlos por vínculos materiales, como es el trabajo. Pero tal reemplazo no está exento de dificultades por cuanto los aspectos afectivos del hombre forman parte de su naturaleza humana y tarde o temprano se tornan incompatibles con el vínculo artificial establecido. Henri Lefebvre escribió acerca del marxismo: “Las relaciones fundamentales de toda sociedad humana son por lo tanto las relaciones de producción. Para llegar a la estructura esencial de una sociedad, el análisis debe descartar las apariencias ideológicas, los revestimientos abigarrados, las fórmulas oficiales, todo lo que se agita en la superficie y llegar a que las relaciones de producción sean las relaciones fundamentales del hombre con la naturaleza y de los hombres entre sí en el trabajo” (De “El marxismo”-EUDEBA-Buenos Aires 1973).

La sociedad comunista, que es el ideal socialista, resulta ser esencialmente una sociedad similar a una colmena o a un hormiguero, de ahí que las distintas utopías colectivistas pueden considerarse como distintas imitaciones, quizás inconscientes, de sociedades establecidas por algún tipo de insecto. Paul Gille escribió: “Las abejas trabajan, economizan en común, consumen en común durante la mala estación; en una palabra, ponen en práctica y les va bien, la divisa comunista: «De cada uno según sus fuerzas; a cada uno según sus necesidades»”.

Lo que resulta sorprendente es que un “pequeño detalle” como el mencionado no sea advertido por muchos sociólogos, incluso consideran a Karl Marx como uno de los “fundadores” de la sociología. Puede decirse que desde la sociología, tratando de describir al individuo, se comienza a indagar a partir de la sociedad, mientras que desde la psicología social, tratando de describir la sociedad, se comienza a indagar a partir del individuo. De ahí que la primera transite por una etapa filosófica mientras que la segunda transite por una etapa científica. Se dice que “mientras el científico necesita lápiz, papel y una papelera, el filósofo solamente necesita lápiz y papel”.

También resulta sorprendente que se afirme que la humanidad, como colmena u hormiguero, ha de constituir algo así como “el fin de la historia”; como la última etapa de una evolución social que fue precedida por la esclavitud, servidumbre, capitalismo, etc. Este absurdo implica que la meta de la evolución del hombre ha de ser el hombre-abeja o el hombre-hormiga. En realidad, Marx se apresuró al enunciar la futura caída del capitalismo para darle lugar a la utopía socialista disfrazada de “ciencia social”. Michael Harrington escribió: “Marx y Engels confundieron el surgimiento del capitalismo con su declinación” (De “Socialismo”-Fondo de Cultura Económica-México 1978).

Desde el socialismo se sugiere al hombre abandonar sus ideales propios para someterse a los proyectos colectivos concebidos por los ideólogos. El colectivismo resultante requiere de la pasividad y la uniformidad de los insectos, cuyas mínimas diferencias se deben a que son orientados por instintos antes que por afectos o razonamientos, como en el caso del hombre. De ahí que la generalizada lucha contra el individualismo ha de estar orientada, en definitiva, a la exaltación de la igualdad inherente a los insectos. “Algunos sociólogos, despreciando la naturaleza psicológica, psíquica, del fenómeno moral, tienden a reducir toda la moral a la ciencia de los hechos sociológicos, a la ciencia objetiva de las costumbres. Para esos objetivistas exclusivos no es ya cuestión de conciencia, de deber, de bien, de sanción íntima, sino de leyes sociales, de costumbres, de ritos, de relaciones económicas. Las razones de nuestros actos no están ya en nosotros, sino en el medio en que evolucionamos y cuya presión invencible sufrimos. La conciencia es un eco, ya no una voz. Yo interrogo a la conciencia –dice un crítico- y la sociedad responde”.

“Habría, en consecuencia, un fatalismo moral análogo al fatalismo histórico de Marx, y más aún al fatalismo psicológico que parece haber triunfado, provisionalmente al menos, en el pensamiento científico actual. Se reconstituiría la conciencia moral con sus determinantes sociales. Y la moral ya no sería asunto de conciencia…la «ciencia moral» desaparece ante la «ciencia de las costumbres»”.

“El alma de la moralidad, sin embargo, es la autonomía. Ser moral es tomar de sí mismo, espontáneamente, el principio de sus decisiones. Y una concepción que, en apariencia, desdeña la iniciativa individual, que parece ver en la conciencia una resultante pasiva, un efecto y no una causa, suscita inmediatamente las más naturales sospechas” (Paul Gille).